domingo, 21 de marzo de 2010

Rojo, impar y, la verdad, paso


Detesto los números pares. No es algo que me haya sucedido siempre. Durante 36 largos años no sólo no fue así, sino que casi me gustaban, me producían una sensación de placidez y completitud que me inclinaba a ellos. Pero eso cambió.
Todo fue culpa de Andrés. Lo dejó caer a la ligera, sin intención: «me caen mal los números pares —dijo—, son aburridos», y siguió hablando como si nada. La semilla estaba lanzada al aire. Y encontró tierra fértil.
Un día alguien preguntó (pregunta idiota donde las haya, dicho sea de paso): «¿Cuál es tu número preferido?». ¡¿Mi número preferido?! ¿Realmente alguien en sus cabales puede tener un número preferido? ¿Con qué objeto? y si lo tengo ¡¿para qué demonios puede alguien querer saberlo?! Esto que piensas raramente sale de entre tus orejas y te escuchas contestando: «El 7». ¿El 7? ¿Pero qué dices? ¿Desde cuándo el 7 es tu número preferido? ¿Tu número preferido no era el 2?
Ahí eres consciente de tu grave problema mental , no ya al pelearte contigo misma por tener uno u otro número preferido, sino por ser capaz de reconocer que las voces de tu cabeza se contradicen hasta el punto de considerar idiota tener un número preferido y , a la vez ,  discutir con ellas por saber qué número sea éste. ¿Qué está pasando aquí? ¿El 7? ¿Desde cuándo?
Pero yo hablaba de Andrés, el culpable. Puedes aborrecer los números pares si naciste un 13 de marzo del 73; si has nacido un 24 de diciembre del 66 la cosa te crea serios problemas logísticos.
En realidad, la fecha de nacimiento que me agobiaba al principio es ahora el menor de todos los inconvenientes. No sé si se han fijado alguna vez, pero el mundo está organizado en torno a los números pares. Es un auténtico fastidio. Creo que realmente es un complot para volverlo monótono y aburrido, y siempre que lo digo me miran como si estuviese loca ¿loca yo? ja, no se enteran de nada. Dos ojos, dos cejas, dos orejas, dos brazos, dos piernas, al menos boca y nariz destacan en su aparente unidad, pero si te fijas bien es todo para despistar; dos agujeros, dos labios. Pura conspiración. Un corazón, sí, pero ¿ventrículos? ajá: pares.
Con el paso del tiempo he sido más consciente de hasta qué punto los números pares lo dominan todo y he tenido que cambiar algunas costumbres, nada muy trabajoso, no vayan a creer. Me mudé a la acera de enfrente (las vistas no son tan buenas, lo sé, pero ahora vivo en el Número 1, no como antes que viví años —pobre de mí, tan ignorante— en un 26. Claro que el del 1 fue el tercer cambio, porque vivía en el 9, que también estaba muy bien pero ¿cómo podía quedarme tranquila siendo la definitiva mi segunda mudanza? ), conseguí convencer a la vecina del quinto de que “tenía una edad” y viviría mucho más cómoda en el segundo piso de este edificio sin ascensor (esto… siendo en el mismo edificio no cuenta como mudanza ¿no? Es apenas un pequeño cambio de altura ¿verdad? Es que si no sería la cuarta).
He dejado a mi chico y ya no formo parte de ninguna pareja. No entiendo por qué se lo tomó tan mal. Se lo expliqué cuidadosamente, medí el tiempo —5 minutos—, utilicé 45 palabras —impar y suma 9—. ¿Podía pedir mayor exquisitez?. No hacía falta salir dando un portazo y gritándome loca mientras bajaba las escaleras. Detalles sin importancia en comparación con la tranquilidad con la que me compensan. Casi soy feliz.
Y digo casi porque hay una cosa que falta;  gracias a Dios, sólo una.
Soy escritora. Dicen que no lo hago nada mal y creo que tienen razón. Me gusta escribir y nunca quise ni supe hacer otra cosa. Jamás me faltó un tema ni me esquivaron las famosas musas. Hasta ahora la crítica y el público han ido de la mano y mis 5 libros se han vendido en cantidades inesperadas y escandalosamente altas. Cierto que en alguna ocasión, al parar las ventas en número par, he tenido que buscar un 24 horas (¿lo ven? ¿tenían que ser 24?) para comprar un ejemplar de mi propia novela. Por suerte las alertas al móvil son una maravilla y esa situación nunca dura más de unos minutos. Ventajas de la técnica.
El siguiente libro está escrito y creo que es incluso mejor que los anteriores. He tardado algo más en acabarlo, también es verdad, pero es redondo: páginas impares, palabras impares, líneas impares, espacios impares, es impar el tamaño de la fuente y son impares personajes y tramas. Es casi perfecto. A mi agente le arrebató, la editorial espera impaciente mi visto bueno para su impresión. El sueño de cualquier escritora.
Sin embargo, llevo 363 días pensando qué hacer. Varias veces he tenido el dedo sobre la tecla DEL pero es como asesinar a un hijo y me siento incapaz de tamaño crimen. Mi ego y mi fobia pelean a muerte y aquella tonta discusión del 2 y el 7 ha tomado la dimensión de un castigo bíblico. Asisto expectante al duelo. El próximo libro será el sexto. Si publico y no se vende quizás nunca llegue el séptimo. No  soportaré que hablen de mi libro como “el sexto”. Haré que demanden a quien se atreva a nombrar siquiera esa circunstancia, pero cualquiera podría hacer la cuenta y ¿cómo controlarlo? ¿y si muero antes de acabar el séptimo? A buen seguro me revolveria en mi tumba por toda la eternidad. Por otra parte, si llego a 365 dias llevaré 2 años sin publicar y seré la comidilla del mundo literario. Me parece escuchar las voces de las tertulias radiofónicas: «pues ya lleva un par de años de sequía; es normal, nunca se dio una caso de una escritora que escribiera tanto y tan seguido». Ni tan bien, envidioso de mierda.
Pienso en Andrés, tan dulce e inocente, en sus ojos azules y su sonrisa beatífica. Lo odio. Con su perfecta fecha de nacimiento y su perfecto cuerpo gangrenado. Con su única pierna y su único brazo. Maldito. Es el culpable. Sólo lo sabía yo pero ahora ya lo saben también ustedes. Lo sabrá la policía cuando encuentre mi cuerpo.
“Cinco novelas, una sola bala”, que ese sea mi epitafio.
María Martín ©

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